lunes, 18 de octubre de 2010



Dicen que quien no arriesga no gana, pero hay veces que es tal el miedo de perder una persona que permaneces quieto sin hacer nada. Me encanta jugar, sobre todo si gano y si las reglas van en función de mis condiciones. Pero llega un punto que el juego ya no es un juego y está perdiendo el sentido, que ya no se sabe ni cuál es el objetivo. Quiero jugar, jugar hasta sangrar, hasta perder el control, hasta no saber a dónde voy. Hasta morir en el intento.


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